A continuación expondré ciertas reglas que aunque hoy en día parezcan
fuera de moda, muchas de ella deben prevalecer hasta el día de hoy y
considerarse importantes para cuando nos encontramos en una fiesta y debemos
sociabilizar en un baile con otros invitados, sean estos conocidos o
desconocidos.
Cuando
se invita a un baile, se debe procurar un cuidado especial entre las personas
que estén en capacidad de bailar, y de no encontrarse un mayor número de señoras
que de caballeros. Y como puede suceder que las excusas, o cualesquiera otros accidentes
que no puedan preverse, vengan a producir este resultado, deberá invitarse siempre
mayor número de caballeros que de señoras.
A
los anfitriones, no les es lícito bailar sino por un corto rato, y sólo por vía
de obsequio a alguna persona respetable; bien que nunca ambos a un mismo
tiempo, pues entonces quedaría la reunión enteramente privada de sus
atenciones, las cuales no deben sufrir interrupción alguna.
En
los intermedios del baile, los dueños de la casa harán circular entre las
señoras, por medio de sus asistentes o mozos, aquellos refrescos que hayan
preparado para el momento, durante el tiempo que precede a la cena: y en el
primer intermedio, instarán a los caballeros a tomarlos por sí mismos en todo
el curso de la reunión.
Las
personas que sin poseer la disposición y los conocimientos necesarios toman
parte en el baile, no hacen otra cosa que servir de embarazo y de incomodidad a
los bailadores realmente hábiles.
No
es buen visto en un caballero, invitar a bailar a una señora con quien no tenga
amistad; a menos que al efecto se haga presentar ocasionalmente a ella.
El
agruparse varios caballeros para invitar a bailar a una señora con afanoso
empeño, ofende a las demás señoras que observan una tan marcada muestra de
preferencia que las deprime ante sí mismas y ante los demás, y de que por tanto
no dan jamás ejemplo los caballeros de buena educación, los cuales ostentan
siempre aquella noble galantería que en sociedad concede iguales derechos a
todas las señoras. Y es de notarse que este acto, así como cualquiera otro que
pueda ser mortificante, no ya a una señora, sino a cualquier caballero, compromete
la responsabilidad de los dueños de la casa, cuya invitación se acepta siempre bajo
la implícita condición de que en ella no habrá de experimentarse ningún género
de desagrado.
Cuando
una señora no acepte la invitación de un caballero para bailar, manifestándole que
no está dispuesta a tomar parte en el baile, se abstendrá de hacerlo en todo el
curso de la reunión, pues de lo contrario sería una muestra de descortesía,
enteramente ajena del carácter amable y eminentemente inofensivo que debe
distinguir siempre al bello sexo. Y si la causa de su negativa llega a
desaparecer en el curso de la reunión y se siente luego dispuesta a bailar, no
lo hará sin hacer llamar a aquel caballero y ofrecerle su aceptación, hecho lo
cual, y aunque a él no le sea dable aprovecharse de este ofrecimiento por tener
ya otros compromisos, podrá ya libremente tomar parte en el baile con cualquier
otro caballero.
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